No estoy del todo convencido de lo que voy a escribir. Es que cualquier distraído podría pensar que los detalles que a continuación narraré acerca de cómo lo logré y de qué se trata, tienen por fin vanagloria y narcisismo puro. A ese lector le aclaro que más que pretender apreciar el constante reflejo de mi imagen en el agua, lo que quiero es retratar que esto efectivamente ha ocurrido. Que, consciente de la gran cantidad de inesperados, hitos, pormenores y por-mayores que restan vivir por delante en este largo viaje, siento que es menester que esto sea registrado ahora mismo, a pocos días de haber sucedido y con las emociones todavía perceptibles. No todos los días, un argentino consigue vender la mayor cantidad de cocadas en un día de trabajo en la playa de isla Barú, Colombia. Para ser exacto, no sólo no todos los días no ocurre, sino que gracias al aporte de mi jefa, Dionisia, sabemos a ciencia cierta que al menos en veinte años que ella lleva trabajando allí, jamás había pasado.
El crédito por esta nueva marca (mundial quizás?) se lo atribuyo por completo a mi empleadora, “La Muñeca”, como le dicen a Dionisia en la isla. Es que ella las prepara con una calidad tal a esas galletas dulces de coco que los clientes me las quitan de las manos, cuando las prueban. Sólo por eso, me atrevo a salir cantando alegremente las ya famosas canciones que me distinguen como vendedor de dicho producto, “cookies of coco” para los turistas sajones o “cocadas, cocadas, a la orden” (ritmo de zamba reggae, de Jimmy Cliff) para la gran afluencia de público nacional, preponderantemente Cachaco.
(Foto con Dionisia, "La Muñeca", en el mismisimo acto de entrega de la bandeja que luego pasaría a la historia).
Cuando este tipo de cosas suceden, a la luz de los hechos uno repasa cómo se fue lentamente tejiendo el hilo de la historia y se da cuenta que todo encajó perfecta y mágicamente, y hasta comienza a sospechar si el destino es a propósito tan increíble o si nuestra cabeza es demasiado chiquita para entenderlo. Así, para contarles cómo fue que durante un día de caminar 3 horas por la playa con 35 grados en temporada baja en el mar Caribe, logré vender 98 cocadas, necesito comenzar por la conversación que sostuve la tarde anterior con La Muñe (en la reunión de ventas de la empresa). Fue una conversación como las que se sostienen con Nelson, con tres preguntas y sus respuestas en, como mucho, tres palabras cada una.
¿Hace cuanto que vende acá en la playa? Muñeca-: “20 años”.
¿Cuánto es lo máximo que vendió en un día? M-: “Como 90 cocadas, un día que no tenía competencia.”
¿Usted cree que yo podría vender todo eso? M (sonriendo, como casi siempre)-: ”Claro, si usted vende más que yo”.
Al día siguiente se apersonó la Dioni, con mi bandeja y fuente de trabajo con nada más y nada menos que las 98 cocadas en cuestión. Al principio sentí un golpe seco en el pecho. El aire pesado, la presión en mi espalda. Tanta confianza depositada en mí, por esta amable señora, yo solo frente a una trayectoria de veinte años de idas y vueltas de pies descalzos sobre la arena, de equilibrio perfecto con la mercadería en la cabeza, veinte años de dulzura en moldes. Era el reto más hermoso que me tocó afrontar en mi vida laboral, porque el incentivo al final del camino no era en nada parecido a una zanahoria. Era la sonrisa de porcelana de esa negra de manos ásperas, remeras raídas y mirada de panela. Y sobre todo era el hambre de gloria, la de inscribir mi nombre para siempre en el inconsciente de una isla que en mi corazón ya es tierra firme. Dejar esa huella, esa marca del esfuerzo y amor del que soy capaz por lo que ha sido mi dulce hogar en mi estadía en Colombia. Supongo que esa es la gloria de dejar marcas en nuestra vida. Fijar un estándar de lo que para nosotros significa, algo que no podrías lograr de un momento al otro, algo que lleva paciencia y trabajo de sol a sol, algo que muestra el valor del sacrificio, algo único, fuera de la norma. Algo inolvidable.
No voy a aburrirlos con la descripción minuciosa de las ventas de aquel memorable domingo. Bastaría con que les cuente que todo fluyó de forma sospechosamente fácil, familias enteras me paraban para comprar de a 10 galletas por vez!!! Cuando se acabaron las bolas de tamarindo, misteriosamente todos preferían budín, luego fue el turno de las de arequipe, panela y hasta la enorme cantidad de las de leche terminó de venderse una vez que cerraba la caja, ya de vuelta en el refugio de Nelson. “A mí lo que me gusta de vender cocadas es cuando la gente las prueba y les gusta”, le dije en nuestra conversación a Dionisia el día anterior, ella en cambio me dijo que lo que más le gratificaba de su trabajo, era “cuando la gente le compraba”. Al final, lo que importa es que tu trabajo te guste, ¿o no? A mí vender cocadas me fascina, porque en el peor de los casos que no llegara a vender ni una, puedo comerme todas las que quiera y estoy convencido que lo mismo podría pasarle a cualquiera a quién me acerco a ofrecerle a lo largo de toda la playa.
Los invito entonces a ustedes lectores que cada vez que vayan a esta isla pregunten quién tiene el récord, para certificar la historia y sobre todo como mecanismo de control, así sabré si mi marca sigue vigente, o bien si debo regresar a la isla por más gloria.
Tana
Eres impresionanate!!
ResponderEliminarVos todavia no te diste cuenta que no solo vende tu simpatia y esos ojos claros, sino la historia de tu familia, que evidentemente te ha dejado genes de "ganador" y hombre record, sino ademas de escritor..."isla que en mi corazon ya es tierra firme", que grande TANITA...e le petit tibau tibau tibau... e le petit
ResponderEliminarTana me gusta tu forma de escribir y cómo describis. Lo más charro es que cuando me contaste, no te creí, hasta que vi las fotos jeje. Creo que yo también te hubiese comprado y tomado una foto :D Un abrazo. Juli
ResponderEliminarJa que grande Juli gracias!!!
ResponderEliminarComo que al principio no me creíste???...se ve que ya estar con tres argentinos buen mozos es demasiado como para que encima vendan cocadas...
Igual a vos te las regalaba
TANITA SOS LO MASSSSSSSSSSSSS!!!!! TE AMO HERMANOOOOOO. NO PARA DESMORALIZARTE PERO SABELO QUE EN CUALQUIER PLAYA DEL MUNDO SI VEO UN BOMBON COMO VOS VENDIENDO ALGO...COMPRO SEGUROOOO..MAS SI ES ALGO TAN RICO!!! TE EXTRANIO Y SEGUI VIVIENDO AL MASI
ResponderEliminarjajajajaja Tana, era muy difícil creerte. Eso que la voz de venta de cocadas empezo a convencerme (además me hizo reir mucho). Prometo que la próxima vez voy a ser más crédula y no voy a llamar a ningún argentino chamullero :p
ResponderEliminarEsas cocadas son los mas! Tuve la oportunidad de degustarlas y realmente son exquisitas! y su vendedor te convence tan bien que terminas comprando una cocada, una con arequipe, un budín de coco (ese budín.. ñami ñami)
ResponderEliminarTe felicito Tana por el record!
Qué bueno haberlos conocido, a vos y a Benja.
Besos de Sole y Nico (nos recordarán?)
pd: manden mis saludos a Nelson y diganle que extraño a montones su arroz de coco. El mejor de Cartagena!
Sole como olvidarnos de ustedes??????
ResponderEliminarLe mandamos sus saludos a Nelson y comemos un grano de arroz en nombre de cada uno!
Lastima que no pudieron ver a Billy Chopper en los bares de Getsemaní...espero encontrarlos de vuelta en algún momento cuando arranquen su propio viaje que tanto vienen posponiendo!
Abrazo a ambos