(foto tomada al momento exacto de alcanzar el nirvana en la cima de la piedra de Guatapé, en Antioquia, Colombia)
*El problema del mundo perfecto.
Es simple y evidente, el problema. Que la palabra PERfectO, ya de por sí contiene un pero dentro. Entonces decimos, “así es perfecto!”… “PERO para vos” nos dirá el primero en alerta. Al mismo tiempo que una persona siente lo perfecto en el ecosistema del Parque Tayrona, donde de todo lo que hay es mucho, la otra lo ve en una sociedad en la que con esfuerzo “todos tienen mucho”. Los países Nórdicos, son perfectos, pero hace frío, y en el sur el sistema es perfecto “pero lo manejan corruptos”. Pensar que alcanzaremos lo perfecto con nuestra mente, ése es el problema. Siempre que escribamos perfecto, estaremos escribiendo los peros en simultáneo. Ahora lo que yo me pregunto es quién soñó éste mundo “perfecto” en el que vivimos. ¿Y donde están los peros? Presente. ¿Para qué queremos crear lo perfecto en nuestra mente cuando lo tenemos en frente nuestro? Lo perfecto se nos escapa como la línea del horizonte a cada paso que damos para buscarlo.
*¿Cuánto vale?
El jugo de maracuyá dos mil. Las cocadas, seis por cinco mil. La carrera del taxi, seis pesitos de noche en Barranquilla, por la hora; el cono bicolor (que en Argentina no hay) a mil barritas, y un terreno en Taganga, treinta millones. Creo que hago o escucho esa pregunta unas seis veces por día. Y lo primero que te pasa cuando te vas a otro país es que se te desdibujan por completo el concepto de los valores que traías. Lo que antes era uno ahora es dos mil y de pronto andás calculando cosas en millones, millones que nunca viste ni vas a ver. A raíz de eso, perdés sensibilidad por las cosas. La sensibilidad pelotuda que te lleva a preguntar a un amigo con sus nuevas zapatillas “¿Cuánto te salieron?”. Empezás a darte cuenta que lo que tanto te preocupa en el día a día y que tanto preguntás, al final es un número en tu mente, como si se tratara de un juego. Por lo general lo ves un poco más claro unos veinte años después cuando te juntás a tomar algo con un amigo y juntos rememoran alguna experiencia, en seguida el de memoria exacta lanza un “te acordás cuando el Platillito estaba a mil?, “uuuuuuuuuu me acuerdo!”. El principal problema al que me enfrento en este viaje no es el aceptar el desafío que sería lograr vivir con esta comprensión, a sabiendas que al fin y al cabo esto no es más que un juego que en seguida podría cambiar de valores, reglas y numeraciones y habría que aprender a jugar nuevamente. El problema es que por más que lo intente siempre habrá una persona que me recordará que hay cosas que no se pueden valorar con un precio. Por favor, que no se confunda con romanticismo y frases trilladas. Es literal, decir que de verdad nunca podré saber con exactitud en cuánto dinero se pueden valorizar todas las millones de rarezas (o destrezas) de las que es capaz Benjamin Pastrana. ¿Cuánto vale un freak que puede bailar con una silla haciendo equilibrio apoyada en una sola de sus patas en su mentón? ¿Y si puede caminar toda la playa con las manos? Además puede: imitar el sonido de un búho con la lengua, hacer sonar una trompeta con la boca, el cantar de un pájaro con un chiflido, cerrar un solo ojo como si fuese independiente del otro, hacer la bandera (colgarse de un caño con los brazos hasta quedar él mismo en paralelo al piso), hijitus, recitar muchas palabras con “p” a una velocidad única y de condimentar las historias en un nivel de exageración que a uno se le olvida que también estaba allí viendo lo mismo (nombro sólo algunas habilidades a modo de ejemplo de una extensa lista en la que invito sean ustedes quienes nutran a través de los comentarios de este blog). Al final, tanta confusión de activos intangibles y cuestiones invaluables me llevan a tomar una opción de vida. Donde lo importante es invertir en las cosas que a medida que el tiempo va pasando, aumentan su valor, en lugar de depreciarse. Cosas como este viaje. Cosas como vivir libre y tranquilamente sin preocuparme, cuánto vale.
*El juego del Gobierno, el gobierno del dinero.
Como vengo con un humor muy político en estas reflexiones no quisiera que falte un caso ejemplar de algo que viví recientemente. Antes de contarlo, me gustaría aclarar que soy argentino y que por lo tanto si quiero saber lo que es la corrupción y la inmundicia, lo único que tengo que hacer, es memoria. Por eso puedo describir el juego que veo que se juega tanto acá como en mi país. Ese juego en el cual todos jugamos pero que tiene pocos ganadores. Ese juego simple en el que se divierten todos pero sólo ganan los organizadores. Es lógico, cuando yo organizaba excursiones de snorkel, no pagaba el barco, porque las organizaba. Entonces cuando al tercer mes de estar en otro país me tengo que ir a hacer un trámite de mi pasaporte para pagar y rogar a un desconocido que me deje quedar, me lleno de rabia. Porque me doy cuenta que sólo dos posibilidades sustentan esa norma; 1) que quién la creó sea imbécil, no le molesten los tediosos trámites, interminables colas y no le angustie estar por obligación llenando papeles con preguntas estúpidas.2) que quién la creó no tenga que jamás pasar por semejante tortura. Entiendo que no hace falta aclarar por cuál me inclino.
Créanme que siempre como organizador, tenés un argumento que justifique tu condición como tal. Es tu trabajo tenerlo, si no te sería imposible conservar tu rol de organizador. La economía, los países subdesarrollados, el peligro de narco-tráfico, la peligrosidad del mar, el dinero. Más que los argumentos yo diría que tienen los aparatos de distracción necesarios para esparcirlos. Como en la historia que desató esta reflexión. La que viví de cerca en cada día de estadía en Isla Barú, donde los nativos, que por varias generaciones vivieron allí, los que descubrieron esa perfecta playa paradisíaca llamada Playa Blanca sin proyectos de inversión del gobierno. Los que lisa y llanamente tomaron posesión de la playa explotando la posibilidad, que por supuesto, sabían que les pertenecía. En todos los terrenos al borde de la playa puedo ver los letreros de propiedad privada y el grupo de guardias de seguridad privada que los custodia con grandes armas. Ninguna de esas tierras pertenece a los nativos. Ellos saben perfectamente que en esos terrenos, en este momento del conflicto, “es zona roja”, máximo peligro, dónde los guardias pueden disparar por “intrusos” a los hijos de los Negritos que viven ahí hace cientos de años. Puedo ver al otro lado de la ciénaga un gigantesco Hotel DeCameron, con capacidad para albergar en una noche en su hotel a toda la comunidad de nativos que trabajan en la playa independientemente. El hotel fue inaugurado a fines del año pasado, y por aquel entonces los titulares de los diarios en su encabezado rezaban: “Se dispara el turismo en Playa Blanca”, “Crece la inversión seria en Isla Barú” y otras pavadas. En las fotos de la inauguración allí podían ver de lo que les hablo. Los “organizadores” del juego saludándose amablemente entre todos. El honorabilísimo señor Presidente, con el ministro de Inversiones y cosas serias, saludando al CEO de la cadena y al Gerente de Relaciones Exteriores en países baratos. ¿Y cuántos negritos festejando en la foto la “flamante entrada de capital de inversión a largo plazo?” Ninguno. Es que ninguno es organizador y pagan menos que lo que se gana en un día de trabajo en la playa por su cuenta (o es más digno). ¿Cada cuánto entonces tienen que pagar la visa para permanecer en este otro país dólares extranjeros de dudoso origen? Cada nunca. Es que el dinero no tiene barreras, no como las personas. El dinero no es tan peligroso, porque si mata, lo puede tapar y si regala las tierras es porque fomenta la inversión e impulsa la marcha ascendente del país hacia el primer mundo. El dinero es bondadoso, aunque sólo sea con los de su especie, ya que sólo protege el dinero. Por eso no hay sistema de recolección de basura en los sectores de la playa tomados por los nativos. Para eso no hay dinero, se diluyó en los chicos con pistolas. Así es el juego de los organizadores. Los que organizan que sea justo el Gobierno….el Gobierno del dinero.
*Acerca de la ironía del lenguaje.
Cuando algo no tiene valor alguno para un Colombiano “le vale verga” o le “importa un culo”. Esta expresión, desde luego, me veo forzado a interpretarla como una total ironía. Porque yo me niego a creer que en su sano juicio alguien pueda olvidar el lugar que ocupa la verga en la vida masculina y mucho menos el culo. Esa compuerta única, sin la cual todo el circuito de nuestra vida sería posible. Yo quisiera que tanto en mi vida como en mi lenguaje, estos dos órganos reciban el trato que se merecen por la importancia que tienen. Por lo tanto, voy a empezar a expresarme de esta manera “conocí al amor de mi vida, la amo tanto, que me importa un culo. La cuido a diario y estoy feliz de que me “abra las puertas” de su corazón porque de otra forma no sabría donde depositar tanta m….” Mejor dejémoslo así. Es una sana ironía.
*El problema del librito
Voy a confesarles algo. Desde que escribo en el blog, a veces, cuando me acuerdo o tengo suerte, ando con un librito con hojas en blanco a mano y algo con qué escribir. Con la absurda creencia de que de esa manera podré captar una inspiración o reflexión que en lo posterior formará una historia digna de ser compartida en el blog. De esa manera, llegando al final de un día en el cuál durante horas de contemplación del paisaje y de escuchar el silencio me vi a mi mismo anotando pequeñas oraciones de a montones, me encuentro con frases como ésta “Nacionalidades propensas para echar culpas”. Esos son los momentos de lucidez en que me doy cuenta cuán pelotudo soy. Imagínense qué pasa por la cabeza de un hombre que cree que tiene tela para cortar (y compartirlo con muchos otros) de una conversación en la que una chica pregunta “¿Alguien vio mi cámara de fotos?” A una ronda de personas que queda en silencio, mientras la inquisidora se queda sin respuesta. Una voz se alza de pronto y responde sin energías ni ganas de convencer, casi por educación “creo que vi unos chicos de Israel ahí donde estaban tus cosas”. Automáticamente se frunce el ceño de quién busca el objeto, su mandíbula se cierra y las hipótesis comienzan “ ¿Israelitas? mmmm”. ¿Ven de lo que les hablo?
*La historia de pescaito.
Me encontraba literalmente sumergido en mi rutina matinal. Digo literalmente porque estaba haciendo snorkel en Isla Barú por la mañana por aquel entonces cuando vivía en la isla. De pronto un pescado del tamaño de una mojarrita (una falange de dedo) color amarillo con rayitas negras se cruzó delante de mis antiparras. No intenté apartarlo y noté que tampoco él quería alejarse de mi. Babeandome de cariño no tardé en bautizarlo. Lo llamé “pescaito”. Se que suena tonto, pero por más que me moviera, por más que nadara de un lado al otro y me olvidara por momentos de él, en cuanto hacía una pausa, rápidamente volvía a aparecer, cobijado cerca de mi cuerpo o frente a mis ojos. Me estaba siguiendo, él a mí, había una clarísima conexión. De pronto me encontré con un cardumen de sardinas. En seguida comencé a verlas volar por fuera del agua, escapando del ataque de un cardumen de seis pescados mucho más grandes que se movían rodeandolás formando círculos, básicamente se estaban sirviendo un banquete. Pendiente de “pescaito” lo envolví entre mis brazos protegiéndolo. Para que se den una idea de lo que viví, las sardinas en su desesperación por huír, al volar fuera del agua y caer, me tocaban los brazos y resto del cuerpo, en el fragor de la batalla por la preservación de su vida. Atravesamos el cardumen, la orgía terminó y vi el atolondrado conjunto de sardinas sobreviviente perderse en el horizonte. Llegué de regreso a la orilla y hasta la puerta de salida me acompañó mi consentido, “pescaito”. Nunca había vivido algo semejante en contacto con la naturaleza. Al día de hoy sigo agradecido. Agradecido de esos seres que como “pescaito” me muestran su mundo lleno de colores y me piden que les aporte en algo. Son esas pequeñas cosas que afirman la decisión de estar donde uno quiere estar, porque en ningún lugar seré como lo soy allí, fuente de vida para otros seres.