(el refugio las primeras semanas)
En esa semana mágica, pasaba mis noches mirando el mar, agradeciendo por tan maravilloso vuelco del destino. En las sillas hechas a mano por Don Nelson (al sentarte en ellas obligatoriamente tú mirada queda dirigida al vasto cielo de estrellas) me alejaba de los jejenes que azotan la isla cuando los vientos del verano todavía no han comenzado. El calor que hace de noche te mantiene húmedo. Pero en la orilla del mar corre una agradable brisa. Una brisa suave, relajante, te aleja los insectos y con la precisión de un termostato lleva tu cuerpo a la temperatura exacta, ideal. No podría decirse que se trata de viento. Es un soplido, una caricia. Una brisa cumpliendo un papel fundamental, un papel de reparto que de no ser por la sed del público, pasaría inadvertido. Una brisa de la que no conocemos origen, alcances ni todas sus consecuencias. Una brisa de la que no alcanzaríamos en varias vidas a medir a sus efectos. Nunca sabremos a cuántos salvaría de una fatídica noche ni a cuantos insectos alejaría de servirse de un banquete de carnecita dulce y blanquita. Una brisa, así de importante.
En esas noches convinimos con Nelson la posibilidad de desarrollar un negocio conjunto, yo traería los turistas en lancha desde Cartagena para llevarlos a su refugio. Era una situación de gana-gana. Durante los dos siguientes meses operó de esa forma Playa Blanca Express llevando y trayendo gente adonde Nelson. No era un éxito rotundo la empresa ni sus dividendos. Pero al menos el refugio con mucho esfuerzo comenzaba a crecer. En la primer semana que regresé la hija mayor de Nelson, Ingrid, se había convertido en su primer empleada, ayudándole en la cocina. Lo curioso es que ambos quedaban ocupados en atender la cocina durante todo el día, y sin embargo de un día al otro cuando me iba y regresaba con un nuevo grupo, veía progresos. Porque, por si fuera poco con el día, Nelson trabajaba a veces por las noches. Primero lo pintaron y lo pusieron bonito, lo decoraron, después construyeron más cabañas donde colgar las hamacas, hasta que hoy al cabo de tres meses finalmente pudo construir el baño. Una pinturita quedó, con cañería y todo. Sin haber perdido su rustiqueza hoy es uno de los refugios más lindos de la isla. Vale aclarar que pudimos trabajar como playa Blanca Express y llevar lanchas a duras penas hasta principios de Diciembre. Después llegó la temporada alta y la ambición ajena de grandes billetes nos dejó inhabilitados de trabajar. ¿Entonces porqué creció tanto el refugio en los meses en que ya no le llevábamos gente? La respuesta es simple: por facebook. O si lo prefieren, “por marketing de persona a persona”, como respondería un recientemente egresado de Economía Empresarial para impresionar a los analistas en el focus group de una entrevista para un puesto en Unilever. Entusiasmado con lo que estaba viviendo en aquellos meses me encargué de divulgar a cuanta persona conociera sobre este dichoso personaje y su refugio. Durante la temporada alta, cuando los Argentinos vacacionan, llegaban uno atrás del otro, los grupos de chicos y chicas. Era el efecto de la bola de nieve rodando por la montaña, agrandándose exponencialmente semana tras semana. Indirectamente todos llegaban por lo mismo, ese susurro al oído del destino, o en el caso de los hombres, por el simple hecho de ser imantados a quedarse, al ver un grupo de caramelos de San Isidro almorzando en el restaurante.
¿Pero saben, mis queridos amigos, a qué atribuyo yo tanto crecimiento?
A la importancia de una brisa. Esa de la que estaba muy al corriente Don Nelson, de que soplaba cada mañana a su favor cuando todavía a obscuras era el primero en levantarse a barrer las hojas de la playa y preparar los cocos para enfriar para ese día. Más que ninguno puede contarles Don Nelson que no toda brisa es “a favor”, cuando una vez que había construido su cocina se la tumbaron otros nativos que reclamaban el espacio. Quién no sabe dónde va, ningún viento le favorece. No era este el caso de Nelson que para que no pudieran volver a echarlo trabajó de corrido dos días y una noche en la construcción, y así al salir el sol del día siguiente ya directamente estuviese funcionando el local con clientes. Esa brisa que desconocía yo totalmente al salir de Buenos Aires, y que tampoco veía mucha gente que no entendía el porqué de mi partida. La que creía poder ver de dónde venía y entender hasta dónde llegaría cuando subía las fotos a la red de redes. Esa que de de encender el aire acondicionado todos ignoraríamos. Esa brisa que trabaja lenta, milenaria e imperceptiblemente pero que es la responsable a la larga de haber formado las paradisíacas playas que habitamos. Esa es la brisa que me anima a seguir en esta aventura. Es la que me trajo hasta acá. Es la que no ven los que piensan que se trata de grandes vientos tormentosos con sus resultados inmediatos. Esa brisa que nunca antes había percibido al mirar el recibo del sueldo. Así de importante, es la brisa.
Tana
Un grande nelson, parecido a mi jefa...
ResponderEliminarNo me digas que tu jefa es Negra!!! Presentamela Godinez!
ResponderEliminarTu conexión con las letras, me pone la piel de gallina. Gran relato, grandes personas, grandes amigos!
ResponderEliminarBenny
Como diría la Negra Sosa "Gracias a la vida que me ha dado tanto...". Me encantan tus relatos un beso grande. Charlotte
ResponderEliminarhermoso relato.... brindo porque la brisa los siga guiando! (Bel, amiga de Benja)
ResponderEliminarH.H, un poroto...
ResponderEliminarme hizo acordar al muchacho de el alquimista cuando llega a la tienda de cristales. muy lindo tu relato
ResponderEliminarlau
Lau muchas gracias por la comparación es un elogio que siento me queda enorme, me alegra haberte recordado tan bello relato.
ResponderEliminarHola amigos este blog me gusta mucho soy guia privado en estambul turquia si un dia algien quiere viajar este paiz puede buscarme excursiones en estambul
ResponderEliminar